Iniciamos la publicación de una serie de cuestiones relacionadas con la política actual, dirigidas a un público general no especializado.

El comunismo, en perspectiva histórica, antes y después de la Unión Soviética
La idea de comunismo ha sido una poderosa idea fuerza de signo positivo –una Idea de primer orden– que ha polarizado, a su favor o en su contra, a todas las sociedades políticas de los dos últimos siglos.
Sin embargo, su sentido no es uniforme o unívoco. No es lo mismo el «comunismo libertario», de estirpe bakuniniana, de los anarquistas españoles que se abstuvieron en las elecciones parlamentarias de los años treinta, que el «comunismo marxista» estatalista, que buscaba la conquista del Estado por la clase obrera, ya fuera por la vía pacífica o ya fuera por la vía violenta, revolucionaria.
El comunismo marxista fue el comunismo asociado al marxismo leninismo de la Unión Soviética, creada a raíz de la Revolución de Octubre de 1917; razón por la cual se organizó un nuevo orden, económico y político, calificado como dictadura del proletariado, con una economía de dirección central planificada, principalmente por los planes quinquenales de Stalin. Un orden que, tras la victoria soviética frente a la Alemania nacional socialista, en la Segunda Guerra Mundial, comenzó a llamarse «república socialista democrática», vinculada a la Tercera Internacional. Muerto Stalin en 1953, Kruschev, tras el XX Congreso del PCUS, que inició el llamado proceso de desestalinización, afirmó en un discurso solemne que el comunismo pleno, en el ámbito de la URSS, se alcanzaría a mediados de los años ochenta (hacia 1986).
Sin embargo, el comunismo de Kruschev y sucesores, se enfrentaba a quienes ya desde hacía años –desde Trotsky, Rizzi…– habían acusado a Stalin de haber traicionado la Revolución de Octubre y habían construido, no tanto una sociedad comunista, cuanto un vulgar «colectivismo burocrático». La IV Internacional quiso inspirarse en los ideales del comunismo más genuino, a veces muy próximos a los del comunismo libertario, en una revolución permanente.
Lo cierto es que el comunismo soviético dominó durante la Guerra Fría (1945-1990) en muchos Estados de Europa llamados socialistas: Alemania oriental, Polonia, Bulgaria, Rumanía, Checoslovaquia, Yugoslavia, Albania…; pero influyó en las decisiones de otros países y fue un modelo para los Partidos Comunistas de Italia, España, Francia, para no hablar de Gran Bretaña, Suecia, Noruega, &c.
También fue decisivo el modelo soviético para la organización de la República Popular China por Mao Tse Tung (que, sin embargo, pronto entró en conflicto con la Unión Soviética). En todo caso, el comunismo soviético (o, para otros, el «socialismo realmente existente», el «colectivismo burocrático» o la «dictadura tártara») se desplomó estrepitosamente en 1990, tras la era Gorbachov. La caída del comunismo soviético debilitó profundamente a los partidos comunistas de las democracias europeas, tales como Italia, Alemania, Francia, España… que fueron «neutralizadas» por las socialdemocracias (el PSOE en España, que con Felipe González renunció no sólo al leninismo sino también al marxismo) o por las democracias cristianas o afines
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